sábado, 2 de febrero de 2019


Gora Euskadi Askatuta
Moncho Rouco
Allá por 1976, tuve la oportunidad de subir al Norte y colaborar en la construcción de un edificio de diez plantas en Bilbo, realizando una estructura prefabricada. Durante más de seis meses estuve residiendo en la parte vieja de la ciudad, cercana a un Nervión de color marrón sospechoso. Me desplazaba con frecuencia a Valladolid, donde estaba ubicada la empresa matriz para la que trabajaba, como técnico. Imagino que no precisa explicación la dicotomía geográfica.


Casco viejo de Bilbo

            Corrían tiempos difíciles, irrepetibles, donde se vivía el “presente” como si no existiese “futuro”, quizás, para evitar un regreso al “pasado”. Vivíamos inmersos entre ansias de libertad, tratando de acorralar los restos de la dictadura en la esquina del olvido. No había semana donde las carreras delante de los grises, para los novatos Policía Nacional, no estuviesen presentes, previo acordonado de la zona vieja, siendo  alternadas con txacolis, acompañados de rebosantes tapas irrepetibles. Todo ello formaba parte de una  estresante rutina, que teñía de riesgos los niveles de alcohol en sangre.
 Eran tiempos en los que el sentido del oído, precedía al de la vista y el del olfato a todos los demás, este, nos advertía de la certeza de conflictos, con porras inmisericordes en búsqueda amenazante de nucas, espaldas, brazos y piernas galopantes, en riesgo cierto de traumáticos resultados. No existían presentaciones previas, recibías el encargo sin libro de reclamaciones, a menos que tuvieses la habilidad de mimetizarte con el paisaje o las piernas de Mariano Haro -ambas no formaban parte de mis cualidades-.
Una tarde/noche de cualquier semana, tras algunos txacolis, me encontraba en una situación límite, unos tíos inmensos con puños en forma de porras se acercaban a ritmo de pánico. Me escondí, desesperado, en un portal, entre la puerta y la calle no habría más de 20 centímetros…total, que era un pringao a la espera de ser apaleao. De pronto, tras la puerta, apareció un brazo salvador, que del riesgo me liberó, tirando de mí hacia el interior de la vivienda. Sin presentaciones previas, me dijo que me sentara, estaban cenando, eso hice sin rechistar. Una familia numerosa rodeaba aquella amplia mesa, cinco hermanos, dos hembras y tres varones, una madre y un padre, mi salvador… Familia de raíces cristianas, de clase obrera acomodada, con un fuerte componente matriarcal. Entre ellos eran diversos los planteamientos políticos, incluso diametralmente opuestos, pero existía una ley que no se rompía bajo ningún concepto, a pesar de la tirantez, rayando el odio, que existía entre algunos hermanos. La ama nos recordaba siempre: “En esta casa no se habla de política” Mientras aita permanecía en silencio. Así sucedía. Puertas afuera la realidad se tornó muy gris, casi negra y la parca continuó extendiéndose por décadas…
La amistad cobra valor doble en el país vasco, no se andan con tonterías, son gente seria. Esa familia pasó a formar parte de mis amistades profundas que el tiempo no derriba.

Camino de Apatamonasterio
Mis viajes al país vasco se espaciaron en el tiempo y en la distancia. Instantes entrañables transcurrieron por Apatamonasterio, de muy grato recuerdo, Vergara, Durango, incluso por Gernika…amistades de un tiempo pasado, cubiertos del manto de la buena gente.
Mi último viaje a Euskal Herría tuvo como destino a Donosti, con sentimientos reencontrados y “tres cocochas” como segunda recompensa. A aquella tasca del puerto no le quedaban más y le rogué que me las preparase, ante la incredulidad del camarero, que debería estar pensando: “Este tío es gilipollas”. Pero unas cocochas bien merecen un sabrosísimo ridículo…
Entre mis proyectos a corto está visitar de nuevo Euskadi, tras muchos años de demora, nos aguarda Bilbo, un Nervión que ya es río y un Guggenheim imposible.  No demoraré en exceso este reencuentro.

Guggenheim, arquitectura imposible

Ahhh, Por cierto, me dicen, me comentan, que ayer, o quizás hoy, no estoy seguro,  ETA pone fin a 60 años de historia, de maldita historia.
Asesinos y asociados… ¿Sabéis lo que os digo?...Que no sois nadie, nunca lo fuisteis, nunca lo seréis. Me importa una mierda vuestro patético discurso de derrotados. Nunca seréis Gudaris, tan sólo terroristas en cobarde huida. Sólo formáis parte de la leyenda negra de un pueblo que estuvo sometido al miedo y a la tortura, hasta que ha conseguido desplazaros el rincón oscuro de aquella plaza donde ejecutasteis a Yoyes ante la mirada aterrorizada de su hijo. Zaragoza, Hipercor y miles de puntos señalan vuestra derrota. Sois y seréis una mota de polvo. 
Nadie hablará de vosotros cuando hayáis muerto, salvo los zombis intelectuales, en búsqueda de la esquina oscura del círculo muerto donde viven…Parafraseando al maestro Serrat: “…los muertos están en cautiverio y no os dejan salir del cementerio”.

Publicado el 5 de mayo de 2018 en Nueva Tribuna
Moncho Rouco
Arquitecto Técnico, articulista. Escritor



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