Gora Euskadi Askatuta
Moncho Rouco
Allá por 1976, tuve la
oportunidad de subir al Norte y colaborar en la construcción de un edificio de
diez plantas en Bilbo, realizando una
estructura prefabricada. Durante más de seis meses estuve residiendo en la
parte vieja de la ciudad, cercana a un Nervión de color marrón sospechoso. Me
desplazaba con frecuencia a Valladolid, donde estaba ubicada la empresa matriz
para la que trabajaba, como técnico. Imagino que no precisa explicación la
dicotomía geográfica.
Casco
viejo de Bilbo
Corrían
tiempos difíciles, irrepetibles, donde se vivía el “presente” como si no existiese “futuro”,
quizás, para evitar un regreso al “pasado”.
Vivíamos inmersos entre ansias de libertad, tratando de acorralar los restos de
la dictadura en la esquina del olvido.
No había semana donde las carreras delante de los grises, para los novatos Policía Nacional, no estuviesen
presentes, previo acordonado de la zona vieja, siendo alternadas con txacolis, acompañados de
rebosantes tapas irrepetibles. Todo ello formaba parte de una estresante rutina, que teñía de riesgos los
niveles de alcohol en sangre.
Eran tiempos en los que el sentido del oído,
precedía al de la vista y el del olfato a todos los demás, este, nos advertía
de la certeza de conflictos, con porras inmisericordes en búsqueda amenazante
de nucas, espaldas, brazos y piernas galopantes, en riesgo cierto de
traumáticos resultados. No existían presentaciones previas, recibías el encargo
sin libro de reclamaciones, a menos que tuvieses la habilidad de mimetizarte con
el paisaje o las piernas de Mariano Haro
-ambas no formaban parte de mis cualidades-.
Una tarde/noche de cualquier
semana, tras algunos txacolis, me
encontraba en una situación límite, unos tíos inmensos con puños en forma de
porras se acercaban a ritmo de pánico. Me escondí, desesperado, en un portal,
entre la puerta y la calle no habría más de 20 centímetros…total, que era un pringao a la espera de ser apaleao. De pronto, tras la puerta,
apareció un brazo salvador, que del riesgo me liberó, tirando de mí hacia el
interior de la vivienda. Sin presentaciones previas, me dijo que me sentara,
estaban cenando, eso hice sin rechistar. Una familia numerosa rodeaba aquella
amplia mesa, cinco hermanos, dos hembras y tres varones, una madre y un padre,
mi salvador… Familia de raíces cristianas, de clase obrera acomodada, con un
fuerte componente matriarcal. Entre ellos eran diversos los planteamientos
políticos, incluso diametralmente opuestos, pero existía una ley que no se
rompía bajo ningún concepto, a pesar de la tirantez, rayando el odio, que
existía entre algunos hermanos. La ama
nos recordaba siempre: “En esta casa no
se habla de política” Mientras aita permanecía
en silencio. Así sucedía. Puertas afuera la realidad se tornó muy gris, casi
negra y la parca continuó extendiéndose por décadas…
La amistad cobra valor doble
en el país vasco, no se andan con tonterías, son gente seria. Esa familia pasó
a formar parte de mis amistades profundas que el tiempo no derriba.
Camino de Apatamonasterio |
Mis viajes al país vasco se
espaciaron en el tiempo y en la distancia. Instantes entrañables transcurrieron
por Apatamonasterio, de muy grato
recuerdo, Vergara, Durango, incluso por Gernika…amistades
de un tiempo pasado, cubiertos del manto de la buena gente.
Mi último viaje a Euskal Herría tuvo como destino a Donosti, con sentimientos reencontrados
y “tres cocochas” como segunda recompensa. A aquella tasca del puerto no le
quedaban más y le rogué que me las preparase, ante la incredulidad del
camarero, que debería estar pensando: “Este
tío es gilipollas”. Pero unas cocochas bien merecen un sabrosísimo
ridículo…
Entre mis proyectos a corto
está visitar de nuevo Euskadi, tras muchos años de demora, nos aguarda Bilbo, un Nervión que ya es río y un Guggenheim
imposible. No demoraré en exceso este
reencuentro.
Guggenheim,
arquitectura imposible
Ahhh, Por cierto, me dicen,
me comentan, que ayer, o quizás hoy, no estoy seguro, ETA pone fin a 60 años de historia, de maldita
historia.
Asesinos y asociados…
¿Sabéis lo que os digo?...Que no sois nadie, nunca lo fuisteis, nunca lo
seréis. Me importa una mierda vuestro patético discurso de derrotados. Nunca
seréis Gudaris, tan sólo terroristas
en cobarde huida. Sólo formáis parte de la leyenda negra de un pueblo que
estuvo sometido al miedo y a la tortura, hasta que ha conseguido desplazaros el
rincón oscuro de aquella plaza donde ejecutasteis a Yoyes ante la mirada aterrorizada de su hijo. Zaragoza, Hipercor y miles de puntos señalan vuestra derrota. Sois
y seréis una mota de polvo.
Nadie hablará de vosotros cuando hayáis muerto,
salvo los zombis intelectuales, en búsqueda de la esquina oscura del círculo
muerto donde viven…Parafraseando al maestro Serrat:
“…los muertos están en cautiverio y no os dejan salir del cementerio”.
Moncho Rouco Arquitecto Técnico, articulista. Escritor |